Historias productivas. El Grupo Chiavassa, en plena zona núcleo, incorporó diversas innovaciones para gerenciar y controlar en tiempo real toda su producción lechera.
Por Juan Ignacio Martínez Dodda
La adopción de nuevas tecnologías para ganar eficiencia es uno de los serios desafíos que afrontan las empresas de cualquier rubro.
Este espíritu lo tiene bien internalizado y lo transmite a sus congéneres y empleados Carlos Chiavassa, creador del Grupo Chiavassa, un tambo situado en Carlos Pellegrini, Santa Fe, que ha revolucionado la producción de leche con tecnologías de seguimiento personalizado de cada vaca.
“Es fundamental tener metas claras, profesionalizar los sectores estratégicos, comunicar con claridad, estar dispuestos a incorporar nuevos conocimientos y, sobre todo, saber delegar la autoridad”, sostiene el productor a Clarín Rural.
Así piensa Chiavassa y lo transmitió, junto a “Pini” Poloni, su mujer, a sus cuatro hijos: Cristian, Cristóbal, Soledad y Rocío.
“Incorporar tecnología nos permitió gerenciar en tiempo real el tambo y mantenernos enfocados con cuestiones que son fundamentales para la rentabilidad del negocio”, advirtió Chiavassa. Y agregó: “Tener tableros de control permite ir monitoreando cada animal y detectar en tiempo real los problemas que pueden surgir”. Así, por ejemplo, pueden poner la lupa sobre 30 vacas, en lugar de estar atentos a los 1.130 cabezas, que son las que conforman el rodeo actualmente.
“Para crecer hay que pasar de la intuición a la gestión, y nosotros somos apasionados de toda tecnología que nos permita generar información para tomar decisiones y ser más eficientes”, remarcó Cristian Chiavassa, quien está a cargo de la dirección de esta firma.
El legado del apellido ligado a la producción de leche lleva casi un siglo, cuando el bisabuelo de Cristian ya en 1924 producía en un campo a cinco kilómetros de donde están instalados actualmente.
La historia reciente pone el mojón en 1982 cuando Carlos, junto a “Pini”, pusieron en marcha un tambo innovador para la época: una espina de pescado con doble diez y una fosa subterránea, uso de boyeros y una incipiente inseminación artificial.
Casi 35 años después, tienen unas 1.130 vacas en ordeñe estabuladas todas con collar de actividad y rumia, y sus índices productivos son más que interesantes: ordeñan 39 litros de leche por vaca por día, de promedio (la media de 2014 fue de 33,7 litros diarios) cuando la media de Argentina es de 18 litros/vaca/día.
El tambo produce 45.000 litros de leche por día. La tecnología disponible les permite ordeñar a razón de 200 vacas por hora y unos 2.600 litros por hora. Todo en unas 1.450 hectáreas en plena zona núcleo, de las cuales 950 son propias.
“A los fines de cuantificar mejor el negocio calculamos nuestros costos como si toda la producción lechera se hiciera en campo alquilado”, explicó Cristian Chiavassa. Lo mismo ocurre con la producción de granos propia que son un insumo del tambo.
El negocio está dividido por cultivo, tambo, recría y maquinaria, y cada una brinda el servicio a un precio de mercado “y cada área soporta los costos como si el capital no fuera propio”. De esa manera, buscan que cada área se responsabilice por su “eficiencia”.
Estar a 180 kilómetros del principal polo de crushing de soja del mundo, el Puerto de Rosario, tiene sus pro y sus contras.
Lo positivo es que producimos en suelos Clase 1, sin limitantes para producir granos que pueden venderse y apalancar al tambo. Lo negativo es que son tierras con alquileres que oscilan entre 18 y 22 quintales de alquiler.
Con estos datos, los Chiavassa se dieron cuenta de que el mano a mano con la agricultura se debía llevar con más escala y una fuerte inversión en tecnología y bienestar animal. La sala de ordeñe que Carlos había ideado en los ’80 era para 250 vacas y llegó a ordeñar 650 vacas con 23 horas de trabajo al día.
Así, en 2010 incorporaron un tambo rotativo (o “calesita”) de 40 bajadas equipado con un sistema de gestión de identificación electrónica. Fue el primer tambo en el país en usar esta tecnología israelí que consiste en un collar con un medidor de actividad y rumia.
“Es un dispositivo -explicó Cristian-, que adentro tiene un acelerómetro para censar movimiento, un microprocesador, una memoria y un micrófono especialmente desarrollado para detectar los tiempos de rumia de la vaca, el ritmo de masticación y el tiempo transcurrido entre bolos alimenticios que circulan por el esófago”, contó.
Registrar patrones de actividad diarios permite disparar un alerta cuando algún comportamiento tiene una desviación superior al promedio. Así, se pueden revelar problemas sanitarios, desórdenes nutricionales, trastornos metabólicos, estrés o celo.
“Hay que tener cuidado porque muchas veces, cuando uno exige más el rodeo la contracara es que se ven afectados los índices reproductivos, algo que en nuestro caso no ocurrió”, advirtió Cristian Chiavassa. La precisión en la detección del celo, permitió que se alcanzaran en el último año tasas de inseminaciones del 67%, tasas de preñez del 24% y tasas de concepciones del 36%.
Por otra parte, la mortandad en vacas adultas se redujo del 12% al 6% entre 2011 y 2013. La reducción del descarte de animales adultos permitió también repagar más rápido estas tecnologías.
Consultado sobre los pilares de crecimiento y eficiencia, Carlos Chiavassa destacó ser eficientes en la reproducción para lograr vacas con muchas pariciones a lo largo de su vida.
“Más pariciones significa una mayor circulación de reposición y cuando a los dos años están produciendo leche hay que darles confort para que transformen de manera eficiente el alimento en leche acompañado con alimentos de calidad”, dijo.
La instalación de techos corredizos y camas de compost les permitió aumentar 30% la cantidad de litros libres de leche después de pagar alimentos, lo que significa que con los mismos costos se lograron más de ingresos. Pero además, solucionaron el problema de contaminación por efluentes.
Hoy a través de un proceso de compostaje se convierte el estiércol en fertilizante natural de alto valor económico.
Datos, datos y más datos convertidos en información útil que permita saber en qué se gasta cada peso invertido y cómo puede convertirse de la forma más eficiente en leche. Ese es el desvelo de los Chiavassa.
Fuente: Clarín
Publicar un comentario