Caso productivo. Son una reconocida empresa del norte bonaerense como contratistas de maquinaria agrícola pero también dedicados a la agricultura. Ya son los primeros contratistas con diploma de Agricultura Certificada.
Carlos, Luis y Marcelo Testa, contratistas |
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Después de varios años con los pies bien puestos sobre la tierra, manejando el negocio arriba y abajo de las máquinas, pareciera que a los hermanos Marcelo y Carlos Testa nada puede amedrentarlos. No obstante, la campaña 2015/16, si bien no los atemoriza, sí les provoca respeto, en un contexto en el que los números mandan para configurar el corto plazo pero el largo plazo guía la toma de decisiones estructurales.
Continuadores del legado de su padre Luis, los hermanos Testa son los primeros que se animaron a certificar su trabajo bajo el programa de Agricultura Certificada de Aapresid. Así, con tecnología y bien organizados desde la gestión de calidad, buscan diferenciarse en un mercado de rentabilidad ajustada.
“En 24 años hemos pasado por mejores y peores momentos y sabemos que la forma de atravesarlos es estar desde la primera hasta la última hora del día laboral bien encima de la gestión y del trabajo en el campo, poner el cuerpo y conocer bien todo es lo que te da el plus que distingue entre seguir o no en el negocio”, reconoció
Marcelo Testa en diálogo con Clarín Rural. Su hermano, Carlos, recordó: “Empezamos bien de abajo, sin tantas máquinas de punta, pero después fuimos entendiendo que la tecnología nos iba a permitir ser más precisos, sustentables y crecer”.
Cuando terminó el secundario, Marcelo se dedicó de lleno a trabajar con su padre; años más tarde, hizo lo mismo el hermano menor, Carlos. En 1988 empezaron como contratistas. Primero con cosechadoras, después sumaron la máquinas de siembra y luego las pulverizaciones. “Descubrimos que si ofrecíamos un servicio completo podríamos fidelizar a los clientes”, resumió Carlos.
Las dos empresas son Testa Luis e hijos, con la que alquilan campos, y Agrícola Testa SRL, con la que prestan servicios. Actualmente, como productores trabajan unas 1.000 hectáreas (esta campaña sólo sembrarán 600) y como contratistas harán alrededor de 5.000 hectáreas. Las actividades están bien divididas: Marcelo se encarga más de la cosecha, Carlos de la pulverizadora y los dos están con la siembra.
Los últimos diez años y hasta la campaña pasada inclusive sembraron 150 hectáreas de trigo, 100 hectáreas de maíz y el resto de soja para completar las 1.000 que hacen. Este año hicieron la mitad de trigo, “cero maíz” y harán la mitad de soja. “La cuenta es sencilla: tenés 90 quintales para producir maíz más 20 qq/ha de alquiler, lo que te exige alcanzar 110 quintales de indiferencia cuando nuestro promedio los últimos ocho años es de 85 qq/ha”, explicó Marcelo. La media de trigo es de 45 qq/ha y la de soja 35 qq/ha.
Así las cosas, para encarar esta campaña los Testa pusieron un techo al pago de alquileres que ronda los 11 quintales. Para Marcelo, hasta la campaña pasada, el negocio de sembrar trigo, maíz y soja era netamente financiero, no un negocio de rinde. “Vos pagabas un alquiler con una soja a 1.700 pesos (por tonelada) y cosechabas con la soja a 2.000 pesos, así el negocio cerraba pero no por rinde, sino porque aumentaba la soja”, explicó. Y agregó: “Pero la campaña pasada fue una tormenta perfecta. Cerramos alquileres con la soja a 2.500 pesos y a cosecha estaba 1.700, no había forma de que los márgenes cierren”.
Si hubiese que elegir una palabra para ilustrar la empresa que llevan adelante los Testa sería profesionalismo. El profesionalismo es el control del pago que reciben por prestar un servicio.
Pero además de tener los fierros, hay que manejarlos. Al trabajo y coordinación de Marcelo y Carlos Testa se suma un grupo de ocho personas que procuran capacitarse permanentemente. “Ningún operario cobra un porcentaje, porque creemos que para tratar de ser más eficientes, si dejamos a un operario trabajando a 6 kilémtros por hora queremos que lo haga a esa velocidad y entregar un producto de calidad al productor”, explicó Marcelo.
Tampoco la empresa vende sus servicios por porcentaje. “Nosotros tenemos un costo fijo –enfatizó Marcelo- que no depende de si la soja vale más o menos. Como contratistas tenemos que pensar en cubrir los costos exclusivamente”.
Los últimos años, la renovación del parque se ha puesto peliaguda. En 2004 calculaban que en cinco años tenían que amortizar y poder ir renovando los equipos, pero hace tres años todo se hizo más cuesta arriba. Hoy el equipo de trilla (tractor, cosechadora, tolva, casilla, batán de combustible y una camionera) vale 9 millones de pesos. Los contratistas hacen de mecánicos, de gomeros, de herreros, contadores, todo lo más posible para que les quede un mango más. “¿Cómo puede ser que poniendo a trabajar ese capital de 9 millones de pesos en 2.500 hectáreas por año, unas 800 horas, a nosotros nos queden limpios sólo 60 pesos por hectárea?”, se preguntó Marcelo Testa.
La llave del problema la encuentra en parte en sus propios colegas, que en vez de cobrar una cosecha 1.200 pesos por hectárea, como debería ser por los costos fijos la cobran 850. Y reforzó: “¿No sería más viable y saludable que podamos hacer menos hectáreas mejor pagas que más hectáreas más baratas?”.
En un mundo ideal, seriedad, profesionalismo y calidad, sazonados con una pizca de “pasión gringa”, deberían tener premio doble y valorarse, de palabra y de bolsillo, más allá de lo que establezca un papel de certificación.
(clarin.com)
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